Comentario
El arte nazarí, como todo el arte islámico en general, tiene un fuerte componente áulico, ya que está realizado por encargo del sultán y cumple la función de exaltar el poder y la fuerza de su dinastía, cuya legitimación corrobora. En ocasiones la edilicia adquiere carácter triunfal al exaltar las pequeñas victorias de la peripecia militar del sultanato nazarí. Por esta razón sociológica la capital política, en el caso concreto del arte nazarí la Alhambra, residencia del soberano, es a la vez el foco creador y difusor de las artes.
Los tres grandes sultanes constructores de la Alhambra reinaron durante el siglo XIV y son, en orden cronológico, Ismail (1314-1325), Yusuf I (1333-1354) y Muhammad V (1354-1359 y 1362-1391). Ya se ha visto la decisiva transformación del Generalife en época de Ismail, a quien puede corresponder probablemente la construcción del Baño Real, reformado luego por Yusuf I.
Pero ahora nos interesa glosar el nuevo concepto de la edilicia de Yusuf I, como eslabón de enlace en la evolución de la arquitectura nazarí entre la Alhambra militar de Muhammad I y la Alhambra palatina de Muhammad V. Este nuevo concepto se desarrolla con pormenor en los cuatro poemas de Ibn alYayyab que decoran la torrepalacio llamada de la Cautiva, mandada edificar por Yusuf I. Hoy conocemos mejor la obra de Ibn al-Yayyab gracias a los estudios de María Jesús Rubiera.
El tercer poema de la torre de la Cautiva se inicia con la explicitación de la función ambivalente de esta arquitectura, que por un lado conserva exteriormente el carácter militar del siglo XIII, mientras que por otro desarrolla ya en su interior todo el lujo y esplendor de la arquitectura palatina nazarí, que dará el paso siguiente con Muhammad V al prescindir del continente militar.
Dice así: "Esta obra ha venido a engalanar la Alhambra; es morada para los pacíficos y los guerreros; Calahorra que contiene un palacio. ¡Di que es una fortaleza y a la vez una mansión para la alegría!".
Pero el carácter descriptivo de la poesía de Ibn al-Yayyab no sólo nos proporciona la clave del doble juego exterior-interior de la arquitectura áulica de Yusuf I, sino que además enumera perfectamente las características materiales y estéticas de este nuevo espacio interior palatino, a diferencia de la arquitectura sobria y desornamentada de Muhammad I. Se trata de un espacio definido por las superficies de los muros, el suelo y el techo, tratados con un revestimiento de materiales canónicos: alicatado de azulejos, estuco y madera labrados. Continúa así el poema, desarrollando esta idea: "Es un palacio en el cual el esplendor está repartido entre su techo, su suelo y sus cuatro paredes; en el estuco y en los azulejos hay maravillas, pero las labradas maderas de su techo aún son más extraordinarias".
Se contraponen, pues, los dos conceptos arquitectónicos que conviven en la Alhambra y se hallan ya plenamente definidos: de un lado la sólida Alhambra funcional, edificada a base de argamasa que consigue los muros fuertes y consistentes de sus torres y murallas, o a base de ladrillo para el volteo de los arcos y los abovedamientos constructivos; y de otro lado la Alhambra ornamental, que reviste los interiores de azulejos, estucos y maderas labradas, enmascarando toda la estructura y negándola, la Alhambra palatina y de representación.
Interesa ahora apreciar cómo durante el sultanato de Yusuf I se mantiene un cuidadoso equilibrio entre estos dos conceptos de arquitectura nazarí, manteniendo el aspecto exterior de torres fuertes en el contexto de la Alhambra del siglo XIII, pero transformando los interiores en delicadas mansiones para el ocio. Esta ambivalencia arquitectónica adquiere su máxima expresión en la obra capital de Yusuf I, el torreón de Comares.
Tradicionalmente el torreón de Comares se ha contemplado en relación con el conjunto del palacio de Comares, al que ha dado nombre, sin tener en cuenta que este concepto de palacio de Comares deriva del uso cristiano de estas estancias en el siglo XVI, como ha señalado García Gómez, pero sobre todo olvidando que en época de Yusuf I solamente existía el torreón, funcionando como unidad arquitectónica con sentido propio. Por ello resulta necesaria la contemplación aislada de este torreón de Comares y ahora se comprenderá que considerar en este epígrafe la Alhambra de la época de Yusuf I no responde a un prurito historicista y erudito, sino que es el único modo de aproximarse a una correcta comprensión del monumento.
El fuerte aspecto militar del exterior del torreón de Comares, su carácter de donjón, ha sido siempre enfatizado y por sus volúmenes solamente es comparable a la torre de la Campana en la alcazaba. Este aspecto quedaría acentuado cuando era posible su contemplación aislada; pero aún con toda la envoltura que lo rodeó Muhammad V, en su disposición actual, su poderosa mole domina militarmente el conjunto. Todo ello se acentúa por su remate almenado y en terraza para la guardia.
En la visita actual se accede al interior del torreón desde un ambiente palatino, conformado por el pórtico norte del patio de la Alberca o de Arrayanes y tras haber traspuesto la sala de la Barca, todo ello dependencias construidas por Muhammad V. Es decir, no se produce visualmente el tremendo contraste original entre el exterior militar y el lujoso interior del torreón. Se ha desnaturalizado en gran parte la ambivalencia de esta arquitectura.
No existe unanimidad sobre la etimología del término Comares que da nombre al torreón; se ha hablado de que fue construido por habitantes de esta pequeña localidad y también de su posible procedencia del término oriental "qamriyya", que significa vidrieras de colores, que podría haber tenido originalmente este donjón-palacio de Yusuf I.
Por lo que respecta al interior, conocido como salón de Embajadores, se sabe que ya en el siglo XV el sultán Muhammad IX, rodeado de su corte, recibió aquí a los embajadores del rey Juan II de Castilla, jurando sobre el Corán respetar las treguas firmadas.
El enorme grosor de los muros del torreón de Comares permite que en la parte meridional de acceso se aloje un pasillo transversal, que a la derecha termina en un mihrab y a la izquierda en una escalera de subida a las dependencias superiores y a la terraza almenada; en los otros tres lados del torreón se disponen en el grosor de los muros tres alcobas en cada uno de ellos.
Justamente la alcoba central del lado norte, es decir, la que queda en frente del arco de entrada al salón, con ornamentación más rica, albergaba el trono de sultán Yusuf I, según declara la inscripción poética: "Me revistió mi señor, el favorecido de Alá, Yusuf,/ con un traje de gloria y de favor./ Y me eligió para ser el solio del reino".
El sistema del revestimiento mural del salón es el ya glosado en la torre de la Cautiva, con solerías, arrimadero de alicatados, paños de yeserías, y cubriendo toda la sala la gran techumbre de madera, que ha sido estudiada monográficamente por Darío Cabanelas. La techumbre está formada por un tablero cuadrado central, con cubo de mocárabes, mientras que los cuatro faldones van quebrados en tres planos inclinados, con apariencia de bóveda esquifada.
En torno al tablero cuadrado central descienden siete círculos concéntricos, formados por estrellas de ocho y dieciséis puntas. Esta armadura de madera está, pues, concebida como una representación simbólica de los siete cielos del paraíso islámico, con el trono de Dios situado en el octavo cielo (el almizate central con el cubo de mocárabes), mientras que las limas moamares de los ángulos representan o simbolizan los cuatro ríos del Paraíso. Se trata de la cúpula excelsa, respecto de la cual las de las alcobas serían los signos del zodíaco, mientras que la de la alcoba del sultán simboliza al sol, todo expresado en imágenes astrales, tan queridas de la poesía islámica.
La Alhambra de Yusuf I no se agota con lo comentado hasta el momento; a este sultán corresponde asimismo la dotación de puertas monumentales, como la puerta de las Armas y la puerta de la Justicia o de la Explanada. Ambas comparten la ambivalencia de tratamiento monumental en sus fachadas, junto con una disposición interior en recodo de gran funcionalidad militar.
La puerta de las Armas, emplazada junto al lienzo norte de la alcazaba, abre el camino que desde el Darro, a través del puente de Cadí, ascendía por la ladera de la colina, y que siempre se ha considerado como el acceso tradicional a la ciudad palatina. Tiene una función distribuidora de circulación, por un lado hacia la alcazaba y por otra hacia el interior de la Alhambra.
Por otra parte, la monumentalización de la puerta de la Justicia o de la Explanada, cuya fecha de 1348 está documentada epigráficamente, según se ha dicho, y para la que se ha sugerido una función de musallah o mezquita al aire libre, permite suponer que el actual acceso a través de la cuesta de los Gómerez y de la puerta de las Granadas, del emperador Carlos V, que conduce hasta aquí, pudo haber sido utilizado ya en época nazarí.
Queda, finalmente, una referencia al Baño Real, construido con anterioridad y solamente reformado por Yusuf I, para servir al torreón de Comares. Hay que recordar que no constituyó el único baño de la Alhambra; ya se han mencionado los restos del baño de la alcazaba; otro baño fue destruido en el ángulo nordoriental del palacio de Leones, que sin duda sirvió a las nuevas dotaciones palatinas de Muhammad V.
Jesús Bermúdez Pareja analizó cuidadosamente las transformaciones sufridas por el Baño Real, tanto en el período del emperador Carlos V como en las restauraciones de la sala de las Camas llevadas a cabo en el siglo XIX por Rafael Contreras. Gracias a su estudio hoy podemos restituir mejor el uso musulmán de este baño.
Sigue en esencia la disposición del Bañuelo zirí del siglo XI junto al Darro, pudiendo dividirse en tres partes claramente diferenciadas: la sala de las Camas, con acceso por la zona superior, custodiada por la vivienda del guardián, desde la que se descendía a la planta inferior, que funcionaba como sala para desvestirse, recibir masajes y conversar, que adopta un tratamiento ornamental; a continuación las tres salas del baño, propiamente dichas, una templada y dos calientes, con tratamiento funcional, y con bóvedas dotadas de claraboyas estrelladas, practicables para sangrar el vapor; y totalmente separada la zona de la caldera, y las leñeras, con otro acceso distinto desde una calle en cuesta.